Los viajeros del centro de la Tierra iluminan los caminos con ojos plenos de voracidad. Cavan con el verde amargo de la imaginación enlodando a lado y lado el ajeno sentimiento y guardando para sí el pudor sensible de la gesta, prestos al cobijo de su descendencia. “Amor de patria”, llaman esto. Los demás, topos de la oscuridad alucinados al aroma pétreo de la violencia, no poseen… Por tanto, ni son ni viven.
Es de humanos el yerro. Por eso los topos de la oscuridad no tienen derecho a equivocarse; menos a exigir. Nada les pertenece. Ni siquiera su cultura. ¿Cuándo entenderán que el Paraíso Terrenal no es todo el orbe sino una porción de mundo donde se purifican desvaríos a bota marcial de supuesta y exportable democracia? Qué tan malos, cuando emergen y roen las suelas a tan sublime dama. Dignos de castigo y de condena.
Pese a los vejámenes que acechan la materia, ésta preserva una atmósfera sensible a los observadores que han acuñado en percepciones la sublimidad de lo bueno, la verdad y la belleza. A los demás, celosos amantes de la oscuridad, sólo revela púas imaginarias que les convierten las noches en sueños puntiagudos y los surcos cerebrales en arrugas de malestar en la conciencia. ¡Gracias, materia! Gracias por manifestarse en calidez de hogar aun cuando la codicia la persiga a donde vaya. Incluso al centro de la Tierra; a donde se percibe, aunque no haya luz.
Si me dijeran "¡Mira! Un rayo de luz...", de repente creería que tal observador no ha visto luz en su vida. Las cosas que vemos emanan ciertas auras que llenan el espacio de energía potencial capaz de delatar su presencia. No vemos porque la luz que llega, al parecer alumbre las cosas. Si no, ¿cómo verían los invidentes? Ellos perciben mediante sentidos que no son propiamente los mismos cinco que muchos nos jactamos de poseer. Existe pues, un "algo" desconocido que viene de la materia a nosotros y nos da la sensación de que las cosas existen. Ese algo, ¡no puede ser la luz! Ésta no puede ser vista.
Dioses
Hay dioses que lo pueden todo. Conozco uno de ellos. Parece una esfera. Pero no por la divina perfección que dicho sólido sugiere, sino por la infinidad de imperceptibles caras que posee, delatadas sólo porque en ellas se refleja el sol más ardiente aún; aunque menos transparente. Llamaré a tal hallazgo un infinitedro.