Se tiene la certeza de que el mundo es una proyección de diapositivas, fondo rojo perezoso en contubernio con cada transición a la tortuosidad. Deshielos, terremotos, huracanes, inundaciones, incendios, son quejidos de la naturaleza que en su misión maternal de amamantarnos ve amenazadas sus entrañas. Y como complemento a su desgracia, ha de presenciar las pataletas armadas de sus hijos por hacerse a la mayor ración.
Ni los hijos de oriente ni los hijos de occidente cejan en sus luchas fratricidas por el posible pan. Pan que nunca llegará a las bocas menesterosas; pero sí, en cuanto se sustraen sus esencias, acaba acelerando las barrigas de la industria que a su vez con más codicia explora en la busca de aceites que permitan hallar más rápido el pan de los menesterosos…
En razón de lo anterior, el campo crece. Pronto, millones de hectáreas dedicadas al sustento escasamente compensado ven cómo el hombre cede a la tentación danzante de biodólares y opta por decuplicar su producción; para lo cual es necesario la tala de los bosques. En ésto, extenderse hasta arrasar también bosques ajenos; y de paso sus culturas, esa sabiduría que sólo es buena, cierta y bella cuando emana de la idiosincrasia.
No más tortilla mexicana, pasta italiana, carne argentina, pan español; no más arepa colombiana. El hambre de la industria es más intolerante que el de los desposeídos. Mientras éstos tienden la mano para tomar un grano, aquella ruge a colmillos de león para imponer su civilización. Cada dentellada es un destello que mancha de rojo las conciencias. Cada conciencia es un motor de creatividad tras la 'armonía'. Cada 'armonía' es una pieza de rompecabezas que busca empalmar con sus vecinas. Cada vecina debiera percibir que el mundo va a treinta kilómetros por segundo alrededor del Sol, pero ella ni lo siente por la rutina anestesiante de los medios. Yo, como las vecinas, desde esta ventana que abordo he estado percibiendo que los medios son también diapositivas que ralentizan el transcurrir mientras envuelven en papel de navidad el concierto universal. Alguien mueve también su industria.
***
Los viajeros del centro de la Tierra iluminan los caminos con ojos plenos de voracidad. Cavan con el verde amargo de la imaginación enlodando a lado y lado el ajeno sentimiento y guardando para sí el pudor sensible de la gesta, prestos al cobijo de su descendencia. “Amor de patria”, llaman esto. Los demás, topos de la oscuridad alucinados al aroma pétreo de la violencia, no poseen… Por tanto, ni son ni viven.
Es de humanos el yerro. Por eso los topos de la oscuridad no tienen derecho a equivocarse; menos a exigir. Nada les pertenece. Ni siquiera su cultura. ¿Cuándo entenderán que el Paraíso Terrenal no es todo el orbe sino una porción de mundo donde se purifican desvaríos a bota marcial de supuesta y exportable democracia? Qué tan malos, cuando emergen y roen las suelas a tan sublime dama. Dignos de castigo y de condena.
Pese a los vejámenes que acechan la materia, ésta preserva una atmósfera sensible a los observadores que han acuñado en percepciones la sublimidad de lo bueno, la verdad y la belleza. A los demás, celosos amantes de la oscuridad, sólo revela púas imaginarias que les convierten las noches en sueños puntiagudos y los surcos cerebrales en arrugas de malestar en la conciencia. ¡Gracias, materia! Gracias por manifestarse en calidez de hogar aun cuando la codicia la persiga a donde vaya. Incluso al centro de la Tierra; a donde se percibe, aunque no haya luz.
Si me dijeran "¡Mira! Un rayo de luz...", de repente creería que tal observador no ha visto luz en su vida. Las cosas que vemos emanan ciertas auras que llenan el espacio de energía potencial capaz de delatar su presencia. No vemos porque la luz que llega, al parecer alumbre las cosas. Si no, ¿cómo verían los invidentes? Ellos perciben mediante sentidos que no son propiamente los mismos cinco que muchos nos jactamos de poseer. Existe pues, un "algo" desconocido que viene de la materia a nosotros y nos da la sensación de que las cosas existen. Ese algo, ¡no puede ser la luz! Ésta no puede ser vista.
Dioses
Hay dioses que lo pueden todo. Conozco uno de ellos. Parece una esfera. Pero no por la divina perfección que dicho sólido sugiere, sino por la infinidad de imperceptibles caras que posee, delatadas sólo porque en ellas se refleja el sol más ardiente aún; aunque menos transparente. Llamaré a tal hallazgo un infinitedro.